Hay quienes la reconocen entre sus mercados, temprano en la mañana, cuando el aire es fresco y los aromas se potencian, o quienes están convencidos de que pueden percibirlo en la oscuridad, en los patios sombreados de sus edificios. Quienes lo respiran en las empedradas calles del centro, inmersos en el sofocante silencio del mediodía, y quienes sientan poder tocarlo junto con los frisos de mármol de sus iglesias barrocas. Alguien lo busca desde arriba, al atardecer, caminando entre los tejados y las cúpulas. Pero el alma de Palermo sigue siendo en todas partes y en ninguna parte, al igual que la esencia de ese Mediterráneo, que parece encontrar su capital adoptada aquí: una ciudad-laboratorio de ideas y empujes culturales, donde se llega a intuir el futuro rostro de una sociedad verdaderamente multiétnica. Siempre mosaico de civilizaciones (romana, bizantina, árabe, normanda, suaba y española entre muchas), hoy Palermo no es solo pasado y tradición, sino también iniciativas jóvenes e inclusivas, entusiasmo, comparación y experimentación.