Nueva York, después del 11/9
Cuando dos de las torres que te sirven de referencia diaria se desploman víctimas de un terrible atentado que parece salido de un brillante videojuego, te sientes vulnerable. Y eso es claramente lo que le sucedió a los habitantes de Manhattan después del 11 de septiembre de 2001.
En esta ciudad donde la arrogancia —rayana en la grosería— no se limitaba a las grandes damas del Upper East Side, a los corredores de bolsa de Wall Street o a los y las modelos de SoHo, sino que era común hasta al dependiente del comercio más pedestre (como el ya legendario “soup nazi” de la serie Seinfeld) el cambio fue radical
Si bien no puede trazarse un vínculo directo entre la recién descubierta humildad de los neoyorquinos y las decisiones que han tomado en sus espacios públicos, lo cierto es que en los últimos años, éstos se disfrutan como nunca.
Un gran ejemplo de ello es el High Line Park, el parque que cobró vida como si lo hubiese polinizado un ser mágico de otro mundo en las vías del antiguo tren elevado del Meat Packing District. El parque, por cierto, sirve de escenario al espectacular Standard Hotel.
Otro ejemplo es el Brooklyn Flea Market que, más allá de los objetos antiguos y de diseño que se intercambian ahí, es un gran sitio de reunión al borde del río, donde gente de lo más diversa viene a charlar tranquila, a comer algo, a celebrar la vida. O, de hecho, los mercados semanales sobre ruedas que han brotado en todos los barrios, y que le permiten a los ciudadanos cada vez más conscientes de lo que comen y de las cadenas productivas apoyar a los productores de los alrededores.
Y por supuesto aquel espacio adonde estuvieron las torres gemelas. El Memorial del 11 de septiembre ha tardado mucho en cobrar forma. Pero sólo uno de esos neoyoquinos a la antigua, humanos-máquina nacidos para resolver y ganar, podría sentirse sorprendido. El resto espera paciente a que el dolor y la memoria por las 3000 víctimas se acomoden tranquilamente en compañía de esos espejos de agua, esas cascadas y esas huertas que nos recuerdan que el hombre también puede hacer obras de gran belleza como ésta.