Trabajar para viajar: 5 experiencias en México que lo valen todo
Es irónico. En los países, como en México, en donde los terremotos, los volcanes y las sorpresas políticas no dejan mucho lugar para la planeación del tiempo libre, la práctica de trabajar —y ahorrar— con fines recreativos y viajeros no es parte de la idiosincrasia del ciudadano común. Y sin embargo, la incertidumbre puede ser el mejor recordatorio de que invertir en recorridos que amplíen el horizonte, el bagaje cultural y, en el mejor de los casos, ayuden incluso a expandir las vicisitudes de negocios de los paseantes es una idea de las ocurrencias más sensatas. Incluso sin atravesar frontera alguna.
Por fortuna, existen tantos destinos, recorridos y experiencias de viaje como presupuestos, gustos y posibilidades; no sólo para quienes acaban de ganarse la lotería, sino también para aquellos que contemplan el viaje en la planeación económica anual.
Nuestra preferencia a la hora de reservar: aquellos espacios que resultan particulares por su historia, su arquitectura o su ubicación.

En la capital de México, a unos pasos del Zócalo, de la Catedral y el Templo Mayor, se encuentra el Gran Hotel Ciudad de México, impresionante obra arquitectónica del Porfiriato que se corona con uno de los dos vitrales creados por Tiffany, ex profeso para lugares en México —el otro es el telón del Palacio de Bellas Artes, cuyo diseño fue realizado por el pintor Gerardo Murillo, Dr. Atl.

En caso de tener intenciones más coloniales, y relativamente cercanas a la ciudad de México, hay dos hoteles-museo a considerar: uno es el majestuoso Quinta Real de Oaxaca, en el ex Convento de Santa Catalina de Siena, que refleja el esplendor virreinal de la Nueva España, a una cuadra del Templo de Santo Domingo de Guzmán, con su jardín botánico, sus museos y bibliotecas. Y el otro es el Quinta Real de Zacatecas, que ocupa literalmente la Antigua Plaza de Toros de la capital del estado y no deja de sorprender por sus desniveles y sus disimulados espacios íntimos.

En este tono postcolonial, pero en una región fuera de serie, está la posibilidad de adentrarse en el corazón del Mayab y su cultura milenaria. A mitad de camino entre las ciudades de Mérida y Campeche, y a unos cuantos kilómetros de la zona arqueológica de Edzná, vale la pena pasar al menos una noche en la ex Hacienda de Uayamón, una de las joyas del cultivo henequenero ilustrado: en su momento contó con hospital y escuela para los habitantes y sus hijos. En la actualidad no sólo se respira ahí la colonia profunda, sino que de sus cocinas salen novedosas interpretaciones de platillos regionales que van de los sofisticados papadzules al helado de chile habanero.

Ahora que, si son las “lagartijas al sol” quienes andan en busca de un viaje, entonces hay que dirigir la mirada a la deliciosa arena dorada de Punta Mita, Nayarit, no lejos de la alucinante playa escondida de Sayulita. Ahí, en la Bahía de Banderas, es posible disfrutar —de preferencia desde las terrazas privadas del hotel Imanta, con vistas al océano y a la selva— de los hermosos atardeceres del Pacífico. Y, entonces sí, entender por qué viajar al lugar indicado convence a cualquiera de que lo está haciendo en el momento justo.