Encantador lugar, con muy atenta atención de su dueño. Muy cómoda y de buen gusto la habitación, el baño precioso ( pero sin cortina ni mampara, muy trendy pero se mojaba con cada ducha) y amplio y un salón privado comodísimo para ver TV, leer, descansar. El desayuno rico y abundante. Y todo esto en un edificio muy antiguo, remodelado para los huéspedes. Comimos en el restaurante anexo al hotel ( es de su mismo dueño, Pierre, un encanto) y la cena fue agradable y rica, y la creme brulle del postre sencillamente memorable